Me incorporé rápidamente. Lo agarré con fuerza, lo golpeé y agredí con todo el odio de mi alma. La lucha fue fiera, sanguinaria. Finalmente logré estamparlo contra la pared. Al caer al suelo lo pisé, mis patadas incidían en él con una furia atroz. Sus miembros quedaron esparcidos por la habitación, en una imagen desoladora y cruel. Observé mis manos temblorosas que aún sostenían algunas partes despedazadas. Con la euforia belicosa del vencedor, volví a la cama y yací en calma. “Luego compraré otro despertador” Pensé, acurrucado al calor de mi lecho.