Sueños Rotos

Publicado el 28 de Julio 2021

Pedro Estrada

Relatos Breves

Publicado el 28 de Julio 2021

Pedro Estrada

Sueños Rotos

     No fue una decisión fácil. Hoy creo que cogí este trabajo más por curiosidad que por interés científico o profesional. Si tengo que ser sincero, nunca pensé que los inventos del profesor Ashwood funcionasen y, menos aún, que su investigación fuese posible de realizar. Pero ya han pasado tres años, tres años encerrados en este laboratorio y, por fin, hemos descifrado el mensaje oculto que hay en los sueños, aunque el profesor es demasiado terco como para reconocer que el resultado sea en realidad algo tan simple. Antes de exponer mis datos, debo explicarles mi papel en esta extraña empresa, para que ustedes mismos valoren la fiabilidad del estudio y el resultado final, sacando de este modo sus propias conclusiones. Querido lector, apelo a su buen juicio para tomar las medidas oportunas y evitar las consecuencias catastróficas de nuestro comportamiento errático y humano que desvela este estudio.

     Como ayudante del profesor, mi trabajo consiste en analizar las transcripciones de los sueños, buscando patrones y agrupándolos para su posterior análisis. Sí, somos una especie de cazadores de sueños. En este punto muchos dudarán de la veracidad del estudio. Seguro que se imaginan a un par de chiflados metidos en una habitación llena de atrapa-sueños circulares con plumas, o un grupo de desesperados voluntarios dormidos con la cabeza llena de cables, pero lo cierto es que es todo mucho más complejo.

     Hace veinte años, el profesor Ashwood trabajaba con su equipo en el desarrollo de un radar militar que combinaba los satélites GPS con las ondas electromagnéticas tradicionales. El prototipo salió peor de lo esperado y, ante el inminente carpetazo del proyecto, el profesor montó su dispositivo sobre campos magnéticos y añadió rayos moleculares en un último intento de ampliar el rango de acción en la captación de radiofrecuencias. El resultado fue aún más catastrófico. El dispositivo se vio colapsado de datos confusos que nadie era capaz de descifrar y el proyecto fue cancelado y archivado. 

     Tuvieron que pasar diez años hasta que el profesor Ashwood encontró un sistema de descodificación. Encerrado entre los datos obtenidos, finalmente logró transformar la información en algo inteligible. Aun así, los textos obtenidos eran confusos, fragmentos de conversaciones y de historias carentes de sentido. Un análisis comparativo arrojó cierta luz sobre aquel entramado de información y la repetición fue la clave, escenas completamente idénticas se proyectaban una y otra vez sobre los rollos de papel de las decodificadoras. Mientras revisaba cuidadosamente aquellas anotaciones, podía sentir el vacío en todo su esplendor, el aire golpeando miles de atemorizados rostros en una caída interminable; dientes que se desprenden de sus desagradecidas e inflamadas encías, la angustia tensando la mandíbula; largas persecuciones, carreras infatigables, desesperación en cada zancada; caras de estupor de quienes se sentaban a contemplar su propio entierro sin entender nada; arquitecturas inverosímiles que sólo pueden encontrarse en un lugar: el mundo de los sueños.

    Todo este tiempo lo había tenido ante él, aquellos archivos eran sueños de gente real. El dispositivo había sido capaz de atrapar todas aquellas imágenes y él había conseguido descifrar aquel galimatías. Aunque sólo en parte, porque los sueños se presentaban en fragmentos.  A veces se mezclaban unos con otros y casi nunca tenían la coherencia de una historia completa. Sí, eran sueños, pero sueños rotos, pequeños segmentos del subconsciente que aportaban más información que cualquier estudio realizado hasta la fecha. Datos que mostraban los deseos, miedos y ambiciones del ser humano y que bien podrían haber sido vendidos a gobiernos y empresas, un verdadero Big Data, pero aquellos sueños jamás salieron del laboratorio. El profesor intentaba unificar aquellos datos y encontrar un sueño global que fuese compartido por todos los ‘soñantes’, una especie de revelación primigenia que nos ayudase a entender el sentido de la vida.  Bajo esa premisa, había mantenido a buen recaudo todos los archivos obtenidos en los últimos cinco años, desde que reinstaló y mejoró su ‘lector de ilusiones’.

     Y fue hace tres años, como ya he mencionado antes, cuando el profesor Ashwood, fatigado ante la inmensa cantidad de sueños recogidos, me contrató para facilitarle la tarea de clasificar y archivar todos aquellos datos. Ya advertí al lector mi reticencia sobre la investigación y, aunque comencé mi trabajo a la sombra de la desconfianza, no tardé mucho en sucumbir a la luz que arrojaban aquellos datos en el estudio y entendimiento de la razón humana y la sociología. Como neófito en el estudio de los sueños, al principio mi búsqueda se centraba en las directrices del profesor: un sueño único, compartido por todo el mundo, que extrajese del subconsciente el destino de la humanidad, en definitiva, la clave de la existencia. 

     A medida que el estudio y la clasificación avanzaba, nuestros puntos de vista comenzaron a distanciarse. Uno de los grupos de acontecimientos comenzó a llamar mi atención. En él se apreciaba un tono melancólico, triste, sombrío. Repasé las notas varias veces y conseguí encontrar un patrón. El mensaje era recurrente, aunque el sueño cambiaba de una persona a otra y, como siempre, sólo eran fragmentos. Tras varios análisis comencé a vislumbrar una especie de advertencia: «Acaso … nacisteis, ¿… os deslumbra? No … daño que me … No … mal … causáis … Estúpida especie, … mi fuerza, continuas demostraciones … el engaño, … yo, estuve aquí antes que vosotros …»

     Algo en mi interior, puede que simple intuición, me obligaba a tomar aquellas líneas entrecortadas como el camino hacia una verdad irrefutable. «Estúpida especie», «mi fuerza», retumbaban en mi cabeza cada noche. A veces dudaba del amable tono de advertencia que en principio percibí. Mientras intentaba rellenar los huecos, aquel mensaje se mostraba más como una amenaza que como un cordial consejo. Intenté buscar entre los archivos rostros con los que unir el mensaje, pero no hubo suerte. En ninguno de aquellos sueños aparecía persona alguna. «Yo, estuve aquí antes que vosotros…», «Yo…». Mis creencias religiosas, o mejor dicho la falta de ellas, me impedían asignar ese mensaje a cualquier deidad, pero alguien intentaba decirnos algo. El profesor tenía razón y yo había perdido el sueño en la búsqueda de aquella verdad universal oculta en el subconsciente, a la vez que empezaba a poner en duda mis propias creencias.

     Después de pasar toda la noche inmerso en mis anotaciones, el sol comenzó a salir por encima de los brillantes tejados metálicos. Las instalaciones que se ven desde la ventana del laboratorio, donde diez años atrás el profesor inventase el ‘lector de ilusiones’, relucían con cada rayo de sol, deslumbrando mis ojos cansados. «¿Os deslumbra?» Aquella pregunta había pasado casi desapercibida en todo este tiempo, pero la respuesta estaba allí, «¡claro que me deslumbra!», pensé.

     Los pequeños ojos del profesor brillaban tras sus gafas, empañadas por el vaho del café caliente. De pie ante el amplio ventanal, con la mirada perdida en el horizonte, le pregunté:

— ¿Recuerda usted qué había justo aquí delante hace veinte años?

— Árboles supongo, ¿Qué más da eso ahora? — respondió el profesor.

— Creo que ya sé quién envía el mensaje.

     Un bosque de hormigón, metal y cristal se extendía hasta donde alcanzaba mi vista. No quedaba rastro de los árboles. Visualicé el cauce seco que cruzaba cada día camino a casa, no recuerdo que alguna vez llevase agua. La ciudad se alzaba orgullosa a lo largo de kilómetros y sobre ella, una densa nube grisácea de contaminación ocultaba el cielo casi a diario. Los desperdicios se acumulaban en las calles durante la noche, pero por la mañana esas mismas calles aparecían relucientes. Comencé entonces a rellenar los huecos, esta vez creí saber qué buscaba y las anotaciones comenzaron a encajar sin ningún esfuerzo. Cuando terminé extendí ante el profesor un papel donde había escrito mi conclusión y añadí:

— Aquí tiene el mensaje profesor. Es nuestro planeta quien nos habla, es la madre tierra preocupada por sus hijos quien nos alerta del peligro de nuestros actos.

— ¿Qué disparate es ese? — objetó el profesor mientras se disponía a leer la nota con desdén.

     «Acaso ciegos nacisteis, ¿o el resplandor de vuestra propia soberbia os deslumbra? No veis el daño que me hacéis con vuestros actos. No sois conscientes del mal que os provocáis. Estúpida especie, el mayor regalo que os hice, la razón, terminará con vosotros por culpa de ese hábito que habéis adquirido: el egoísmo. Subestimáis mi fuerza, pese a mis continuas demostraciones. Descifráis complejos cálculos matemáticos, pero sois incapaces de controlar vuestro consumo. Controláis la retórica y el engaño, pero destruís y contamináis vuestro entorno, sin tener en cuenta que yo, estuve aquí antes que vosotros y seguiré cuando vuestra evolución os destruya.»

— ¡Vaya sorpresa! — Exclamó el profesor tras leer la nota — cuéntame algo que no sepa. Te tenía por un científico, no por uno de esos hippies come lechugas. Parece que tu imaginación y tus ideas te han jugado una mala pasada. ¿Qué tiene este mensaje de revelador? Respóndeme hijo, ¿Crees que esto resuelve en algún punto el interrogante de nuestra existencia? — Sentenció Ashwood entre carcajadas. 

— Si se refiere al hecho de adónde vamos y de dónde venimos, creo que aún no tenemos la respuesta — respondí mientras mis manos se deslizaban por mi cara — pero creo que nos vendría bien tener este mensaje en cuenta si queremos estar aquí lo suficiente como para encontrarla.

     Ashwood se giró y, haciéndome un gesto de desaprobación, me susurró:

— Sigue trabajando y olvídate de esas historias, si quieres conservar este empleo.

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