Publicado el 5 de Junio 2021
Pedro Estrada
Relatos Breves
Publicado el 5 de Junio 2021
Pedro Estrada
Nerina

Aquel día no era ni más tarde ni más temprano que de costumbre. El sol entraba tímidamente por la ventana, consiguiendo atravesar las suaves cortinas que bailaban con la brisa de la mañana. El cielo se mostraba claro y azul. El calor ya había empezado a golpear fuerte sobre el rostro de Nerina que, poco a poco, iba abandonando su estado de somnolencia y letargo mientras se hacía consciente de la luz que inundaba el dormitorio. Terminó de abrir sus ojos y se quedó allí, tumbada sobre su cama, apurando hasta el último segundo antes de salir de las sábanas que la envolvían y mantenían a salvo de un mundo inseguro y lleno de responsabilidades. Comenzó a elaborar mentalmente la lista de tareas pendientes para ese día, sumiéndose en una nostálgica pereza mientras avanzaba a lo largo de los pesados quehaceres.
Debía haber saltado de la cama hacía tiempo, pero continuó tumbada, enumerando una y otra vez su tediosa agenda, mientras venían a su mente vagos recuerdos del sueño de la noche anterior y volvió a cerrar los ojos, intentando rescatar aquel onírico momento. La luz perdió su intensidad y, sumida en una tranquilidad absoluta, regresó a los verdes y frescos prados de su sueño donde pudo sentir de nuevo el olor a hierba mojada. Las gotas de rocío rodaban lentamente por los pétalos amarillos y morados de las flores. El río corría plácidamente colina abajo, desprendiendo brillantes reflejos y murmurando alegres noticias y cotilleos. Sí, ella podía entender el lenguaje del río, también el de las flores y los animales que la saludaban a su paso. Se acercó al río para oír sus palabras y se sorprendió al darse cuenta de que sus pies no tocaban el suelo. Se detuvo, miró hacia abajo y permaneció allí, suspendida en la altitud, mientras observaba el río y la colina que se perdían en el horizonte. En ese momento la brisa se detuvo y se percató de lo alto que volaba, reparó en sus alas y una completa sensación de libertad se apoderó de ella. Alzó su vuelo, lo más alto que pudo, sintiendo el viento en su cara y dejando atrás la colina mientras el río se convertía en un minúsculo hilo plateado. Y allí, entre las nubes, se sintió feliz.
Nerina, tras juguetear en aquella fresca nebulosa, descendió hasta los prados llenos de flores. Revoloteó inquieta entre las hojas, acariciando la suave hierba que crecía salvaje. Más allá de la colina, un hermoso bosque se alzaba ante ella. Los árboles brillaban con vivos colores y el poniente esparcía rayos de luces verdes y cálidas que se fundían con el intenso azul del cielo. Las nubes dibujaban figuras irregulares que los pájaros difuminaban al tocar con sus alas, creando una bóveda que cubría aquel pequeño bosque. Permaneció suspendida en el aire, respirando el aire fresco, observando la magia de aquel lugar, hasta que se comenzó a sentir cansada. Comenzó a descender despacio, sus pies desnudos sintieron la suave hierba y la tierra rugosa y húmeda. Su cuerpecito se fue apoyando lentamente entre las flores. Se dejó caer, sin perder de vista el cielo mientras sus ojos pesados comenzaban a cerrarse. La brisa volvió a batir las cortinas. El techo de la habitación, la lámpara y la débil luz del cuarto regresaron de nuevo ante la mirada desconsolada de Nerina. Se sintió prisionera en aquel lugar y permaneció allí tumbada, cautiva de aquella cruel realidad. Cerró sus ojos con fuerza, intentando retener el recuerdo de las flores, del cielo azul, del bosque luminoso, de sus alas y su libertad, luchando por evitar el momento de enfrentarse a un nuevo día.
Nerina quedó sumida de nuevo en un profundo sueño. Había perdido la noción del tiempo y no sabía qué hora era. Abrió los ojos y sintió el gélido viento nocturno que le hizo tiritar. Todo a su alrededor había quedado sumido en la oscuridad. Una hermosa y sonriente luna creciente se alzaba en el cielo, pero no era suficiente para iluminar su camino. Se levantó apresuradamente y voló tan rápido como pudo hacia el bosque de las hadas. El bosque ya no brillaba con la misma intensidad, su resplandor era frágil y apenas se podía distinguir entre la oscuridad una leve fluorescencia. Intentó acceder por la parte superior, sobre los árboles que se alzaban ante ella oscuros e impenetrables. Un fuerte golpe la detuvo justo antes de poder volar entre las ramas. Sintió como si un muro invisible se interpusiera entre ella y el bosque. Su cuerpo descendió vertiginosamente deslizándose hasta el suelo. Se incorporó y trató de penetrar en el bosque a pie, pero algo le impedía avanzar hasta el interior. Se detuvo allí mismo, golpeando con desesperación el aire infranqueable mientras lloraba. Dentro, el bosque era seguro y las hadas pululaban alegremente sin percatarse de Nerina. Apoyó su cara contra la fría cúpula invisible que mantenía el bosque a salvo de los peligros externos y cerró sus ojos bañados en lágrimas. Volvió a empujar con todas sus fuerzas y el muro cedió, pero al abrir de nuevo sus ojos el bosque había desaparecido. Las manos de Nerina agarraban los pomos de la ventana y ante ella, la ciudad se movía con un ritmo frenético. El humo de los coches se introdujo hasta sus pulmones haciéndole toser. El ruido de la gente chirrió en sus oídos y Nerina gritó desesperadamente. Su grito se desvaneció entre la muchedumbre pasando desapercibido y ella se derrumbó sobre el vierteaguas de la ventana.
Unas manos delicadas le apartaron el pelo de la cara. La dulce voz de su madre le trajo de nuevo a la realidad.
− ¡Cariño! ¡Nerina, mi vida! ¡Despierta!
Nerina abrió sus ojos y sintió una lágrima descender por su mejilla. El lecho de hojas verdes sobre el que descansaba la tranquilizó y dejó de gimotear.
− ¿Has vuelto a tener ese extraño sueño cariño? – Le preguntaba su madre mientras le tranquilizaba entre sus brazos.
− ¡Sí, era horrible! Nadie tenía alas y caminaban entre extraños artilugios que apestaban. Iban cargados de cosas de un lado a otro, a toda prisa. Sus caras eran tristes y nadie se miraba. Era tan… real. Lo veía con tanta claridad desde mi ventana.
− Bueno, ya pasó. Algún día me explicarás que es eso de la ventana, así tal vez no vuelvas a tener esa pesadilla. Hoy hace un día precioso. ¿Por qué no salimos a volar?
2 comentarios en «Nerina»
Muy hermoso, Pedro. Me ha gustado mucho.
Me alegra que te haya gustado Mónica.