Y naufragué en sus pupilas, justo después de atravesar la tempestad de sus tatuajes que me hundió en su pecho, para salvarme con sus labios en ese instante en que te falta el aliento. La sal de su alma descendió por su mejilla para colmar la rebosante bañera. La habitación del hotel quedó inundada y nuestros cuerpos sumergidos, ingrávidos, exhaustos, arrastrados por la pasión a lo más profundo de la conciencia humana, donde no hace falta respirar para sentirse vivo.