El Último Amor

Publicado el 23 de Abril 2020

Pedro Estrada

Relatos Breves

Publicado el 23 de Abril 2020

Pedro Estrada

El Último Amor

amor

       La habitación se encontraba en la última planta, las vistas al mar eran magníficas. Estaba orientada hacia el este y sobre la playa caían las sombras de los edificios a medida que la tarde avanzaba, mientras las luces del embarcadero comenzaban a brillar. El champán se enfriaba despacio en la cubitera sobre la mesa, los surcos de agua brillaban al deslizarse sobre el metal. El joven se movía nervioso, observando cada detalle de aquella lujosa estancia que le envolvía en una fastuosa nube de supremacía mientras se preparaba para el ansiado encuentro. Probó la iluminación hasta encontrar el ambiente más acogedor. Aquella luz tenue resaltaba el tálamo que presidía la habitación, invitando a los placeres más libidinosos. Dejó preparada la enorme bañera, cálida y húmeda, lista para llenarla de pasión en cuanto ella cruzase la puerta y se dispuso a esperar. El tiempo pasó, la espera se hizo cada vez más insoportable. Finalmente, se tumbó sobre la cama, encendió la televisión y se quedó allí, aguardando a que su corazón se calmase mientras el tiempo martilleaba su estómago y removía sus entrañas. ¡Pero un momento! ¿Qué hace este tío aquí solo, esperando a no sé quién y al borde de un ataque de ansiedad porque su cita no aparece? Retomemos la historia un poco antes.

      Almuerzo de ejecutivos en un hotel de cinco estrellas situado junto a la costa, aquí los aparcacoches acarician el cuero de ostentosos volantes. Nuestro hombre, un tipo de traje, joven, atlético y con ojos penetrantes; un tipo de los que mean colonia y sudan éxito. Está sentado en una mesa circular disfrutando de un banquete de primera durante una conversación sobre inversiones. En la mesa contigua, la joven más hermosa que él jamás haya visto. El pelo le cae oscuro y suave, afilando su barbilla y resaltando sus labios. Ceñida en un vestido de gala por el que no pasa el aire, ajustado a su piel, tensando cada una de sus curvas. Por un momento sus miradas se cruzan y él se pierde en sus ojos negros, cayendo vertiginosamente a un estado primitivo e infantil. Sonríe como un imbécil. A partir de este momento los comentarios sobre marketing exterior y optimización de beneficios ya no importan nada. Durante el resto de la tarde sus ojos solo buscan encontrarse con los de ella; su cabeza persigue incesante sus pasos; su corazón se desploma cada vez que la siente cerca. Había descuidado tanto el arte de amar que aquella sensación era confusa y aterradora, pero a medida que la tarde transcurría, esa sensación se hacía más y más intensa. Con las piernas temblorosas sobre el abismo de la incertidumbre, apenas tuvo opción de decidir si saltar o no. Su cuerpo descendió sin control al vacío de un saludo sin vida que sólo el perfume de ella pudo frenar. Y así fue como, durante el cóctel, ella sonrió por primera vez ante la torpeza de sus palabras.

      Bueno, pues ya tenemos a nuestro enamorado rendido ante el encanto de aquella bella mujer, con la razón cegada y el corazón a punto de vomitar en el carrusel del amor. Borracho de ilusión y bailando sin música mientras ella se entrega a los halagos, flotando en el mar de la conquista, acariciando la utopía del amor más puro. Y es aquí, en un intento por detener el tiempo, por inmortalizar el sentimiento que sólo un flechazo puede despertar, cuando él propone continuar la velada en una habitación, sin miedo al rechazo, porque un corazón decidido no conoce el miedo y un enamorado inconsciente no contempla la posibilidad de un rechazo. Lo que nos lleva de vuelta a la suite del ático, donde él aguarda inquieto la llegada de su amante, donde el tiempo transcurre lentamente y las ideas se mueven confusas y desordenadas ante la incertidumbre del después.

      Acababan de dar las doce de la noche cuando llamaron a la puerta. Las esperanzas, que habían estado expectantes en la cornisa de la ventana aguardando su momento para lanzarse contra el asfalto, volvieron a entrar impetuosamente. El joven se incorporó y se dirigió hacia la entrada. Tomó aire. se sostuvo contra la puerta unos segundos, antes de abrir y dejar pasar el amor que con tanta ilusión había aguardado. Una leve corriente de aire agitó su pelo al abrir la puerta. Sus ojos negros brillaban y él se dejó arrastrar de nuevo al interior de su alma. Poco a poco fue deslizando su mirada por cada una de sus curvas, sintiendo cómo se le aceleraba el corazón a medida que descendía por aquella figura sensualmente perfecta. Cuando llegó a sus caderas su corazón se detuvo, el tiempo se deshizo en pedazos y su pecho ardió como un volcán. Sintió la lava caliente de su amor deslizarse por sus dedos y una niebla intensa comenzó a cubrir su campo de visión mientras ella se hacía pequeña. En un instante entro en su mente cruzando su pupila y allí se quedó, grabada a fuego para siempre.

     No habían pasado más de diez minutos de la medianoche. Los huéspedes daban su versión de los hechos a la policía que acababa de llegar. Si bien todos coincidían en haber oído disparos, ninguno pudo afirmar con certeza quién había apretado el gatillo ni por qué. La habitación estaba abierta, el cuerpo del joven había caído hacia atrás por el impacto de los disparos y yacía sonriente sobre su propia sangre. El amor, una vez más, le había golpeado con tanta fuerza que lo arrastró hasta la muerte. No podemos negarle la valentía para entregar su corazón y aunque le costó abrir su pecho para ofrecerlo, los balazos se encargaron de facilitar esta tarea.

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