A Pachas

Publicado el 22 de Abril 2020

Pedro Estrada

Relatos Breves

Publicado el 22 de Abril 2020

Pedro Estrada

A Pachas

fuego

 

     La puesta de sol teñía el horizonte. Las lejanas colinas parecían arder, mientras la brisa veraniega agitaba la hierba seca. La tarde se había tornado funesta a medida que el sol descendía y las mentes se confundían debido a los excesos. El alcohol había tensado los nervios y helado la sangre, cualquier atisbo de remordimiento había sido fulminado incluso antes de aparecer. La sangre, que había bullido rítmicamente desde el pecho del joven tumbado en el suelo, comenzaba a dibujar pequeños riachuelos color granate que fluían débilmente. El cuerpo yacía ante la presencia de sus cuatro compañeros que observaban aquel sórdido espectáculo con las miradas brillantes y vacías. Dos resplandecientes monedas decoraban la cara del joven, donde minutos antes habían estado sus ojos inquisidores, ahora cerrados para siempre. Algunos insectos comenzaban a juntarse cerca del cadáver estirado y rígido, mientras el ambiente se cargaba de incertidumbre.

− ¿Nos habremos pasado? − Preguntaba uno de los jóvenes con voz queda mientras sus ojos se clavaban en el cuerpo sin vida.

− ¡Qué va! – Exclamaba otro – llevaba todo el día buscándoselo, ahí tiene sus dos miserables euros, que los use para pagar al jodido barquero.

− La verdad, no sé por qué tanto revuelo por esa cantidad de dinero – comentaba uno de ellos con la mirada pérdida en el horizonte – mira que ha sido pesado el tío.

      La discusión sobre si había sido excesivo apuñalarle hasta la muerte por una deuda tan insignificante, quedó rápidamente resuelta. El problema se centraba realmente en que hacer ahora con el fiambre.

− Deberíamos enterrarlo −. Sugirió uno de los muchachos.

− ¡Ni hablar! – replicó otro exaltado –. Eso es mucho trabajo. Además, no serviría de nada. Seguramente los perros vendrán y lo desenterrarán, en un par de días habrá restos esparcidos por todas partes. Lo mejor es dejarlo así y listo.

− ¡Claro! Seguro que nadie nos pregunta por él. Tal vez le crezcan flores en el culo esta noche y mañana parezca un puto arriate, nadie se dará cuenta. La gente paseará por aquí tranquilamente y dirá: ‘¡Oh, mira que flores tan bonitas! Huelen a… ¡un puto cadáver putrefacto! Tenemos que deshacernos de este marrón, imbécil.

     La noche ya había caído. La solución al problema se demoraba y los nervios empezaron a agitar las palabras y las ideas. La tensión desencadenó gritos, los efectos del alcohol afilaron los insultos. El ruido seco de la puerta del coche desvió su atención. En la oscuridad uno de los muchachos manipulaba algo en las proximidades del vehículo y los demás se acercaron al lugar intrigados. El chico se dirigió al cadáver, con todo el paso firme que su estado etílico y el peso de la garrafa le permitían. La gasolina comenzó a bañar el cuerpo, salpicando la hierba seca, empapando las ropas, penetrando por todos los huecos de aquella masa inerte. Después se fue directo hacia las ascuas de la barbacoa, que todavía chispeaba tímidamente en un recipiente metálico. Las roció desde una distancia prudente y en un instante todo prendió con fuerza.

      Se alejaron en silencio mientras a sus espaldas el pesetero ardía. La brisa se había calmado y el humo ascendía lentamente, rizado y denso. Todos subieron al coche observando cómo el trágico final de una discusión intranscendente, se consumía por las llamas de la desesperación. La solución tal vez no fuese la más acertada, pero al menos había concluido la acalorada trifulca de qué hacer con el cuerpo y mantenía hipnotizados a los jóvenes dentro del vehículo. Sus pupilas brillaban mientras seguían el baile de las llamas, el fuerte olor a carne quemada comenzaba a penetrar por las rendijas del coche y el aire se hizo difícil de respirar.

− Deberíamos irnos –. Sugirió unos de los muchachos.

      El motor se puso en marcha y las luces iluminaron el camino pedregoso y estrecho. La voz del joven que estaba al volante rompió el silencio.

− ¿Sabéis que pagué las bebidas y todavía no me habéis dado el dinero, no?

      Las excusas corearon en el interior del vehículo, los pretextos encendieron nuevamente los ánimos y todo se volvió conjura y odio.

− ¡Venga ya! ¿No hemos tenido bastante por hoy? − Le increpó alguien desde la parte trasera. El motor rugió, las ruedas comenzaron a escupir piedras y polvo a medida que el coche avanzaba con rapidez por el camino, agitando la parte trasera con fuerza.

− ¡Eh tío, ya vale, vas un poco rápido! − El joven al volante no oyó ni una palabra, clavó la mirada en el horizonte y pisó el acelerador hasta el fondo. Un sonido chirriante de arañazos recorría el coche desde el exterior, las pequeñas ramas incidían con fuerza y los insectos golpeaban el parabrisas como si la muerte llamase a la puerta con insistencia. El camino se volvió sinuoso, pero la velocidad no descendía. Las curvas y los baches convirtieron el interior en una coctelera, los estómagos se revolvían y el sabor amargo del vómito empezaba a llegar a la boca. Los músculos se tensaron y los gritos penetraron agudos en los oídos mientras las conciencias parecían buscar una salida rápida y cercana.

− ¿Así qué no tenéis intención de pagar nada, no? – Preguntó el conductor sin desviar la mirada del camino. La curva se cerró hacia la izquierda y de repente la tracción del vehículo desapareció. El sonido de las piedras en el camino se desvaneció, el tiempo pareció congelarse y los corazones dejaron de bombear sangre un instante.

− ¡Vaya día de mierda! – dijo uno de los jóvenes mientras el coche era engullido por la oscuridad y el silencio del acantilado.

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