Publicado el 24 de Abril 2020
Pedro Estrada
Relatos Breves
Publicado el 24 de Abril 2020
Pedro Estrada
28 de Febrero

Las banderitas ondean en la terraza del restaurante. La cerveza fría llena las mesas y el sol acompaña esta mañana primaveral de febrero. La gente pasea por los muelles, entre las atracciones y los puestos cercanos al embarcadero de los aerodeslizadores. Yo soy del sur, pero hoy quería que mi nieto viniese por primera vez al norte. Él es joven, no sabe mucho de nuestra historia, pero fue aquí donde se libró la última gran batalla.
Sobre los acantilados del noroeste, todavía se pueden visitar los cañones de riel usados hace ya cuarenta años para destruir la flota enemiga. Ahora, grandes embarcaciones comunican Andalucía con la península en unos cinco minutos. El agua del canal de la Bética suele estar en calma y, en las proximidades, aún se pesca como antiguamente, con cañas y cebo. Se podría decir que la herida ya está cicatrizada, pero para mí es como si todo hubiese ocurrido ayer. Hoy soy viejo, pero los recuerdos me rondan con más frecuencia últimamente.
A veces me despierto de madrugada, sobresaltado, agarrando con fuerza la cama, intentando detener el mundo que se mueve bajo mis pies. En el año 2023 yo apenas tenía cinco años, pero el miedo a los temblores de tierra ha perseguido a mi generación durante lustros. Nadie habría imaginado que una sucesión de terremotos pudiese ser capaz de desmembrar la península. Fue un año de catástrofes, sobre todo para los habitantes del norte de Andalucía, Extremadura y Castilla. Un tercio del país asolado por la fuerza incontenible de la naturaleza. Casas destruidas, muerte, hambre, desamparo y, algo que parecía imposible, la ruptura física de un país. Así nació de la nada aquel canal. Apenas ocho kilómetros de agua convirtieron nuestra tierra en una isla. Una isla cubierta de escombros y miseria.
Es difícil explicar los años posteriores a la ruptura, al menos desde los ojos de un niño que pasa hambre y tiene miedo a que todo se vuelva a derrumbar a su alrededor. Historias contadas con palabras que se pierden en la agonía, o que resultan inteligibles para unos oídos hambrientos, pero que cobran significado en el espíritu de una juventud fortalecida por las necesidades. Nuestros políticos se limitaron a dejar pasar el tiempo, esperando una ayuda exterior que nunca llegó. La hambruna devoró nuestra paciencia y, del canibalismo mediático, surgió la necesidad de renacer, sin ayuda, ensuciando nuestras manos como ya habíamos hecho en el pasado. Gracias al esfuerzo común los campos volvieron a ser fértiles, la energía geotérmica iluminó nuestras calles y nacían nuevos proyectos: de los escombros y la miseria nació una sociedad renovada, consciente del valor humano y del esfuerzo de sus habitantes. Una Andalucía recuperada, competitiva, vanguardista, sin ataduras. Un pueblo libre de favores que solo tenía que rendir cuentas a su gente. Este pueblo, que había sido abandonado, aprendió a caminar de nuevo, pero desde el otro lado del canal no vieron con buenos ojos nuestras iniciativas. Los medios de comunicación mostraron nuestra proeza, nuestra lucha por la supervivencia, como un mensaje independentista y, tras varios intentos de doblegar nuestro sistema a sus intereses, amenazaron con una intervención militar para frenarnos. En Mayo del 2044, el ejército rodeó nuestras costas, bloquearon nuestras exportaciones y, finalmente, bombardearon nuestras ciudades.
La guerra duró un par de años, pero el pueblo resistió. El suelo volvió a temblar y los edificios volvían a convertirse en escombros, aunque esta vez eran aquellos que nos habían abandonado quienes arrojaban su furia contra nosotros. Los primeros meses fueron duros, pero la entrada del otoño trajo acontecimientos que cambiaron el rumbo de la guerra. Las lluvias otoñales dificultaban las incursiones terrestres y la actividad bélica comenzó a disminuir. El control sobre el canal redujo el suministro de munición y tropas. Los cañones de riel bombardeaban día y noche los barcos que intentaban acceder por el norte. Cuando el primer invierno pasó, era difícil decir quién era el enemigo y por qué. El ejército y la milicia se vieron obligados a compartir el pan y el fuego. Con las botas llenas de barro y las camisas de sangre, decidieron caminar en una misma dirección. Después de aquello todo fue metódico y bien organizado. La milicia se unió al ejército y durante un año el gobierno central pensó que tenía nuestra tierra bajo control. En febrero del 2046, catorce buques fueron derrotados y tomados en las costas de Jaén, para cuando ambos ejércitos desembarcaron en las amplias llanuras de la mancha, dirección hacía la capital, Andalucía ya era una tierra libre e independiente.
La brisa mueve los pequeños plastiquitos verdes y blancos sobre mi cabeza. Pido otra cerveza y observo la gente pasear por el muelle. Intento borrar toda aquella sangre innecesaria de mi mente. Algunos ya la han borrado y otros ni siquiera la conocen, pero hoy todos caminan tranquilos entre las atracciones y los puestos de souvenirs. Con la mirada clavada en la sonrisa de mi nieto, veo que está más interesado en los colores y la música que en mis historias de viejo. No le cuento estas historias para que se sienta orgulloso, tampoco quiero que sufra, sólo quiero que sepa cuánto hemos sufrido para llegar aquí. Porque el ser humano tiene la fea costumbre de olvidar; olvidar y destruir. La fragilidad de nuestras creaciones, incluso de las más fuertes e indestructibles, se presenta ante nosotros cuando las descuidamos y se desploman, sin que nada podamos hacer para evitarlo. Cuando se borran las huellas del pasado, desaparecen los aciertos y los errores de toda una civilización. Es en este punto del olvido, donde se corre el riesgo de volver a transitar los mismos caminos de espinos, sin saber dónde estaban las flores. La propietaria del restaurante se acerca a nuestra mesa.
— Invita la casa — me dice con un marcado acento castellano mientras deposita otra cerveza sobre la mesa. Acaricia el pelo de mi nieto y, con una sonrisa que el muchacho devuelve cordialmente, le da una pequeña banderita, verde, blanca y verde.
— ¡Feliz día de Andalucía! — responde el niño mientras la mujer se aleja sonriente.